Posted by : John Kaimos 15 noviembre 2013


¿Estamos predeterminados por el destino o somos parte de un argumento urdido por nosotros mismos? ¿Tenemos el camino marcado de antemano o, por el contrario, cada paso que damos es consecuencia del trayecto que hemos recorrido? Para este crucial dilema de la vida del hombre sólo se me ocurre una respuesta: la madre del cordero. Supongo que cada uno tiene una opinión formada al respecto que, por supuesto, no soy quién para rebatir. Mejor mantenerse en la equidistancia y no pontificar en exceso, pues la vida da muchos ejemplos tanto de uno como de otro parecer. Uno, y muy claro, de que existen fuerzas que encadenan fatalmente los acontecimientos es el terrible caso de Billy Cook. Huérfano de madre, William Edward Cook fue abandonado cuando tenía cinco años por su padre en una mina cerca de Joplin (Missouri), junto al resto de sus hermanos. Rescatados por los servicios sociales, fue el último en ser adoptado a causa de un difícil y arisco carácter que se empeñaba en cultivar a marchas forzadas. En este clima de conflictividad, la vida del pequeño Billy sólo podía transcurrir por los oscuros caminos de la delincuencia y, así, a la temprana edad de doce años ingresaba en un reformatorio para posteriormente, a los diecisiete, instalarse del todo en la Penitenciaria del Estado. Al salir en 1950, con veintidós años cumplidos, ya había pasado casi la mitad de su vida entre rejas, desarrollando un particular concepto de las relaciones sociales. Se traslada, entonces, a California donde trabaja unos meses de fregaplatos y al final del año compra un revólver y hace las maletas de nuevo rumbo a Joplin, iniciando un horrendo viaje en autoestop que tenía que acabar irremediablemente en lo más alto del cadalso. El primer día es recogido por un mecánico al que roba y obliga a ir en el maletero. La víctima logra escapar y Billy llega con el coche a las puertas de Oklahoma, antes de quedarse sin gasolina. Entonces detiene a Carl Moser, un granjero que viajaba con su familia, y le obliga a dar vueltas durante tres días. En una de las paradas, el granjero se ve con ánimos para enfrentarse a Billy y entabla una pelea que acaba no sólo con su vida, sino también con la de su mujer, sus tres hijos y el perro de la familia. Billy transporta los cuerpos hasta la misma mina en la que había sido abandonado por su padre y emprende una dramática huida retransmitida casi en directo por radios y televisiones del Medio Oeste. Es cazado por el sheriff Homer Waldrip en un motel de carretera, pero Billy se zafa y le convierte en rehén. Durante unos días, y gracias al poder disuasorio de Waldrip, parece que la voluntad de Billy va a doblegarse pero el criminal autoestopista disipa cualquier posibilidad de entrega y reemprende su odisea particular esta vez hacia California, liberando al sheriff por el camino al considerarle la única persona que la había tratado bien en la vida.

Los cuerpos de la familia Moser son localizados por la policía dando inicio a la persecución de Cook

Su siguiente víctima es Robert Dewey, un vendedor ambulante que tiene la desgracia de detener su vehículo ante el dedo asesino de Billy. Aunque su primera intención no es matarle, cambia de opinión tras un forcejeo que acaba con el coche en la cuneta y el conductor malherido. Dos disparos en la cabeza son la tarjeta de visita de un Billy completamente desatado e implacable, pero para el que el final del camino está cada vez más cerca. En Arizona secuestra su último coche, ocupado por dos cazadores a los que obliga a ir a México. Nada más llegar a Santa Rosalía (Baja California) es reconocido por la policía local, detenido y entregado al FBI. El juicio se celebra de inmediato: en una corte de Oklahoma es condenado a 300 años por el asesinato de la familia Moser. Sin embargo, la muerte Robert Dewey es castigada con la pena capital por un tribunal de California. En diciembre de 1952, Billy Cook es ejecutado en la cámara de gas en la prisión de San Quintín poniendo punto y final a una siniestra espiral de veintidós días alimentada por las circunstancias personales. Billy quizá no naciera asesino pero la realidad que le tocó vivir le transformó en uno de los más espantosos monstruos que conoció la América de la época. Su historia pasó a formar parte del imaginario norteamericano, referenciándose tanto en literatura (L.A. Despair de John Gilmore, 2005 y La Educación de un Ladrón de Edward Bunker, 2001) como en cine (The Hich-Hiker de Ida Lupino, 1953) También en el caso de la música, paradigma de la cultura popular, muchos quisieron ver alusiones al sangriento viaje de Billy Cook en la letra de la canción Riders On The Storm, escrita por Jim Morrison y publicada en el álbum L.A. Woman en 1971.

Edmond O'Brien encarnó a Billy Cook en The Hich-Hiker (1953)

Hay un asesino en la carretera,
su cerebro se retuerce como un sapo.
Tómate unas largas vacaciones,
deja que tus niños jueguen.
Si recoges a este hombre
los dulces recuerdos morirán.
Asesino en la carretera, sí.


Vídeo-clip original de Riders On The Storm, protagonizado por el propio Jim Morrison

Jim Morrison, cantante de The Doors, fue por el contrario ejemplo claro de hombre hecho a sí mismo, que no creía en el destino y que se saltó el camino que la vida le tenía programado. Hijo de militar, pasó su infancia recorriendo la geografía americana de cuartel en cuartel, sin establecerse en un mismo sitio más de dos años seguidos. Esta circunstancia programó un joven con escaso apego a la vida, de carácter sarcástico y un agudo humor negro. Sin embargo, en vez de tomar el atajo de la delincuencia, como Billy Cook, el pequeño Jim se refugió en la pintura, en la lectura y en una de sus aficiones más reconfortantes: la poesía. Y aunque se matriculó en la universidad de UCLA para estudiar cinematografía, nunca perdió el interés por los versos. El ambiente beatnik que dominaba el circuito cultural de VeniceBeach a principios de los sesenta era propicio para la exploración interior, principalmente a través de la libertad sexual y el uso de las drogas. Una transgresión antimaterialista de las reglas impuestas por el sistema favorable a manifestaciones como el nihilismo, donde la pluma de Jim Morrison se movía como pez en el agua. De ella surgió el poema Moonlight Drive, de tintes románticos y con inesperado final, que encandiló a su compañero de universidad Ray Manzarek. Éste propuso a Jim musicar el poema comenzando así una estupenda simbiosis entre el genio lírico del poeta y el talento sin límites del teclista.

Moonlight Drive, el punto de partida de una carrera musical intensa y perturbadora

Al principio, la idea de cantar en público no fue muy del agrado de Jim Morrison pues, en realidad, sufría de un no disimulado pánico escénico. Quizá por ello adoptó ciertos mecanismos de defensa ante la audiencia que luego resultaron su propia tarjeta de presentación, como los gestos histriónicos, la exaltación de la espontaneidad o la particular querencia por una constante polémica pública. De ello, Jim extrajo réditos casi de inmediato en el entorno beatnik de Los Ángeles y catapultó la idea de Manzarek hasta límites insospechados. La pareja echó mano de excelentes músicos (Robby Krieger y John Densmore) y bautizó la formación como The Doors, en alusión al verso de WilliamBlakesi las puertas de la percepción se depuraran, todo se le aparecería al hombre tal cual es: infinito”. La cita fue utilizada en los sesenta por las jóvenes generaciones de artistas como una llamada a la experimentación con los alucinógenos como medio para alcanzar las máximas cotas de conocimiento y espiritualidad, algo que ya había insinuado Aldous Huxley en su ensayo Las Puertas de la Percepción (The Doors Of Perception, 1954) sobre sus propias experiencias con la mescalina.

La Revolución Cultural de Occidente a través del uso colectivo de las drogas

El grupo comenzó actuando ante audiencias reducidas pero muy convencidas. Fascinados por la puesta en escena de Jim, los incondicionales abarrotaban con asiduidad locales angelinos como el Whiskey A Go-Go, donde en 1966 una puesta en escena extrema de Jim interpretando The End, con menciones expresas al incesto, acabó con la expulsión del grupo y el paso del cantante por comisaría. Pero ese día, entre el público, se encontraba Paul A. Rothchild, productor y dueño de Elektra Records, que vio en el cuarteto un filón que no podía dejar escapar. Y la intuición no le falló: su primer disco The Doors se convirtió en un éxito de ventas y el sencillo Light My Fire alcanzó el primer puesto de la Billboard Hot USA, permaneciendo en lo más alto durante tres semanas al calor del verano del amor, aquel mítico e irrepetible verano de 1967.

Light My Fire (1967), el tema que abrió las puertas de la fama a The Doors

Desde la eclosión del fenómeno The Doors hasta su final transcurrieron cuatro escasos años que dieron un total de cinco álbumes de extraordinario alcance artístico. Sin embargo, para Jim, las puertas de la percepción aún no estaban abiertas del todo. Su relación espiritual con las drogas le había acercado poderosamente a la cultura india, en especial a la de los indios navajos, dejándose seducir por el mundo chamánico e imitando en el escenario bailes de iniciación indígenas. Se cuenta que en una ocasión vio morir a un navajo en un desgraciado accidente de tráfico y estaba absolutamente convencido, según las creencias indias, que el espíritu del fallecido se había apoderado de su mente.


El pueblo navajo preserva aún hoy sus manifestaciones culturales, como el baile o la música

A pesar de que, según confesaron sus miembros, The Doors fue un proyecto emprendido con el objetivo de ganar un millón de dólares, convertirse en una estrella del rock con lo que ello implicaba, no entraba en los planes de Jim Morrison. Idolatrado por el público y encumbrado por los medios, sentía estar alejándose de la única familia que había tenido y que definía el rumbo de su existencia. El concepto de pertenencia a un grupo, a una tribu, estaba siempre en el horizonte de un Jim que se negaba a soportar el peso de una infancia desangelada. La mera posibilidad de la pérdida de ese anhelo le incomodaba sobremanera y con el tiempo, consciente de que el éxito era el inicio del fin, comenzó a sustituir las drogas por el alcohol, a descuidar su aspecto y a prodigarse mucho menos en público. Los escándalos en los que se veía inmerso actuación tras actuación y los problemas que surgieron con Paul Rothchild afectaron la convivencia con el resto del grupo, justo lo contrario que perseguía. Por ello, decidió darse un tiempo de reflexión y distanciarse del mundo de la música para no viciar la relación por la que tanto había luchado. Pero antes, la banda pasó por el estudio para grabar L.A. Woman, el que, a la postre, sería el último álbum de The Doors al completo.

Jim Morrison, rara avis tanto dentro como fuera del escenario

El disco se adentra definitivamente en la vía del blues y el blues-rock, estilos tanteados ya en trabajos anteriores pero que en este se convierten en fundamentales. Las ruedas de doce compases de Car Hiss By MyWindow, Been Down So Long o Crawling King Snake configuran la base del album más contundente y celebrado de la banda, un clásico en todas las listas y colecciones posteriores. Pero entre blues y blues también hay espacio para la psicodelia (L’America), el rhythm&blues (Love Her Madly, The Changeling) o la experimentación (The Wasp, Hyacinth House). En los descansos de una de las sesiones, Manzarek y Krieger se entretienen con los acordes del popular tema country (Ghost) Riders In The Sky: A Cowboy Legend. Las variaciones rítmicas improvisadas van dando forma a una suave y sugerente cadencia jazzística, adornada con reverberaciones y ecos que evocaban el sonido arenoso del tema original. Al resultado sólo le hacía falta el talento lírico de Morrison para convertirse en Riders On The Storm, la canción bandera del álbum y, posiblemente, la más representativa de la existencia de The Doors.

Un momento de relax durante la grabación de L.A. Woman, a finales de 1970

En 1926, mientras una terrible tormenta azotaba el rancho Massacre, en el Condado de Cochise (Arizona), el dueño de la hacienda, Watts Cap impresionaba a un muchacho de doce años con la historia de unos vaqueros fantasmales condenados a viajar eternamente por el cielo en busca del ganado del Diablo. Los días de tormenta, decía la leyenda, se podía oír el retumbar de los cascos de sus caballos por encima de las negras nubes. Aquel susceptible niño se llamaba Stan Jones que, veintidós años después, en 1948, escribía (Ghost) Riders In The Sky: A Cowboy Legend, un éxito de ventas inmediato en los circuitos country. El protagonista de la canción es conminado a cambiar los derroteros de su vida pues, en caso contrario, se verá obligado a unirse a los espectros demoníacos que le persiguen. Rectificar el rumbo antes de ser devorado por tus propias circunstancias. Ser Jim Morrison antes de convertirse en Billy Cook.

Burl Ives puso voz en 1949 a Riders In The Sky, de Stan Jones, convirtiéndolo en un clásico del country

La melodía de Riders In The Sky no era ajena en el mundo rural del sur y medio oeste de los Estados Unidos. Stan Jones se basó en When Johnny Comes Marching Home, popularísima canción entre las tropas movilizadas durante la Guerra Civil Americana (1861-865) y que se utilizaba habitualmente para glosar las anécdotas de la contienda mediante la atrayente fusión de periodismo de taberna y música popular. La tonada era una variación de Johnny I Hardly Knew Ye, un cántico antibelicista nacido entre las huestes irlandesas enviadas a la India y Ceilán a principios del siglo XIX. Y aún podríamos perseguir el rastro de esta melodía hasta llegar a composiciones anteriores del mismo estilo como John Anderson,My Jo, de Robert Burns (1789) o la balada anónima The Three Ravens, de principios del siglo XVII.

When Johnny Comes Marching Home, balada centenaria de orígenes célticos

Finalizado L.A. Woman, Jim Morrison marchó a París para sacudirse la angustia que las circunstancias habían construido en torno suyo. Tres meses después, en la madrugada del 3 de julio de 1971, apareció muerto en su apartamento. Nunca se supieron las causas reales de su muerte. La versión más extendida es que sufrió un ataque al corazón como consecuencia de una sobredosis de cocaína en un bar de Marais y que fue trasladado a su piso falleciendo poco después. Muchos creyeron que se había suicidado, interpretación entonces verosímil dada su ecléctica personalidad. Incluso hubo quien creyó que Jim había simulado su propia muerte, que todo se trataba de un montaje para poder deshacerse por completo de una fama abrumadora e insoportable. Que las autoridades parisinas no realizaran la autopsia del cadáver no ayudó mucho a despejar las incógnitas y sí a favorecer la leyenda. Un mito que dice que bajo la archiconocida lápida del cementerio del Père-Lachaise no hay nada y que Jim Morrison continua vivo, forjando su camino, anticipándose a un destino que se niega a aceptar. Cualquier día te lo encontrarás en el arcén de una carretera, haciendo autoestop. Si así fuera, no lo dudes: párale y ayúdale a completar su trayecto.

Break On Through (To The Other Side): Ábrete camino hacia el otro lado

Letra completa en inglés/español de Riders On The Storm
Letra en español de (Ghost) Riders In The Sky: A Cowboy Legend
Lista Spotify con varias versiones de Riders On The Storm:



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