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Podrás cantar cualquier cosa


Cuando van mal dadas la gente suele refugiarse en la familia. Es el recurso por excelencia de muchos y la última bala de algunos. Algo debe tener la sangre para que perdone discordias, esquive riesgos y cobije esperanzas tan fácilmente, sin esperar nada a cambio. Será nuestra naturaleza de sujeto tribal, concepto angular de la sociedad humana. O quizá nos pasa como a los animales que al sentirse cerca del fin buscan aquellos lugares más íntimos para desprenderse de la vida de la forma más digna, lejos de la furtiva mirada de los demás. Puede ser que, como ellos, veamos en la intimidad de la familia el lugar donde reside gran parte de nuestra dignidad, esa fuente de autoestima que necesitamos cuando las cosas se nos tuercen y no vemos la luz del túnel. El caso es que todos conocemos casos -si no queremos ponernos a nosotros mismos como ejemplo- que refrendan la teoría de que no hay mejor paraguas que la propia estirpe. Y más aún en épocas de crisis tan profunda como la que vivimos: nietos que regresan al calor de la pensión de los abuelos o hijos que sacrifican su futuro por darles un presente a sus padres. No es necesario explicarlo. Como tampoco es necesario explayarse en por qué las familias más numerosas tienen ante sí un paisaje más llevadero que otras, pues los recursos de muchos son el bálsamo de algunos. El ejemplo más claro de esto último es la atribulada historia de la familia Trapp, esa nutrida prole austríaca famosa por ser protagonista de la película The Sound Of Music (conocida en España como Sonrisas y Lágrimas y en Latinoamérica como La Novicia Rebelde)

Maria Augusta Kutschera, la verdadera baronesa von Trapp

La historia de los Trapp es la historia de Maria Kutschera. Nació en 1905 en un tren entre el Tirol y Viena, en algún lugar de un imperio anacrónico a punto de estallar en mil pedazos y a los dos años fue confiada a la tutela de sus tíos, unos convencidos socialistas de la capital. Una década después, la Gran Guerra acaba con las estructuras de un estado podrido no sin antes llevarse por delante a más de un millón de súbditos. En este ambiente de colapso social, en una posguerra cruel y desalentadora, la joven Maria se refugia en la religión católica tras asistir a una persuasiva conferencia de un jesuita en el Colegio Público para la Educación Progresista en el que sus tíos la habían matriculado. Imbuida de una espiritualidad algo impostada, Maria decide ingresar en el convento benedictino de Nonnberg, en Salzburgo, donde permanecería dos años como novicia hasta que, de nuevo, su vida da un giro inesperado al leer el tablón de anuncios de la hermandad. Allí, un apremiante mensaje solicitaba una cuidadora para la hija del oficial de Marina Georg Ludwig von Trapp, aquejada de reúma y que no podía asistir al colegio con regularidad. Una vez en Villa Trapp, Maria se encontró con una familia aristócrata venida a menos, que había perdido la figura materna hacía escasos meses a causa de la escarlatina y cuyo estandarte, el Barón von Trapp, almirante de una inexistente armada de un país reducido a las montañas, era incapaz de comandar en soledad la educación de sus siete hijos de una forma coherente. Sólo un año después, en 1927, la relación entre Maria y Georg acaba en matrimonio y la exnovicia se convierte en el aglutinador por excelencia de la familia, una función que a la larga sería el detonante de su éxito.

El almirante y la institutriz, el día de su boda con los siete niños detrás

Debido a su estatus noble, aunque fuera fruto de la causa militar, la educación musical de los vástagos Trapp era un deber incuestionable. Y más tratándose del Imperio Austro-Húngaro, cuna de innumerables maestros. En todos y cada uno de los siete hijos de la familia se cultiva de bien temprano la vocación por la buena música, con estoicos estudios de piano, violín, cello, clarinete, acordeón y flauta. Pero además, Maria les convence para iniciarse en el canto, donde los niños se muestran ágiles y talentosos. La ahora madrastra los encasilla según sus registros tonales: Agathe y Johanna como primeras sopranos; Martina y Maria, segundas sopranos; Hedwig, como contralto; Werner, tenor y Rupert, como bajo. La coral de andar por casa evoluciona perfectamente gracias a un repertorio estándar de himnos clásicos y folclore tirolés.

La familia Trapp a mediados de los años treinta, ensayando en su mansión de Salzburgo

Georg Ludwig, el laureado capitán de submarinos, el héroe del Adriático, llega al crack del 29 por la puerta grande. En una Europa convulsa, su país y su economía son los más feos de los patitos, con una ingente cantidad de burgueses y aristócratas sin imperio, con grandes patrimonios pero poca rentabilidad y que invierten en operaciones bursátiles con más esperanza que conocimiento. Y así les fue: muchos perdieron todo lo que tenían en los años de crisis acabando sus palacios y villas en manos de especuladores sin escrúpulos, indiferentes al color de la sangre. El barón von Trapp no fue un adelantado en ese sentido: puso todos los recursos familiares en el banco de una amiga que quebró en 1934 dejando al almirante y a su prole con una mano delante y otra detrás. Ante esa desesperada situación, con 9 hijos que mantener (Maria había dado luz a dos niñas más, Rosmarie y Eleonore) y un supuesto estatus social que preservar, la familia hace piña y se refugia en el único recurso que le queda: la música. Deciden crear un coro de cámara profesional y bajo la dirección del capellán Franz Wasner comienzan a actuar en ferias y festivales de Salzburgo con el nombre de Neuland. En 1935, la idea cuaja seriamente. La diva nacional del canto Lotte Lehmann, les anima a abrir su espectáculo a aforos más numerosos, consciente de las enormes posibilidades del grupo y el canciller Kurt Schuschnigg les invita a actuar para él en la capital tras escucharles en la radio. Pronto son conocidos en toda Austria como Die Trapp Familie, la aristocrática coral familiar que se echaba al hombro el pico y la pala y salía al tajo como el común de los mortales. La formación consiguió una popularidad notable en el país alpino gracias a un repertorio típicamente nacional, algo que pocos años más tarde sería causa de un problema de más envergadura que la propia crisis económica.

Así sonaban los originales Trapp en el tradicional tirolés Ach, Himmel es ist verspielt

1938 es el año del Anschluss, la anexión. Austria pasa a formar parte del Tercer Reich alemán obligada por la incapacidad de hacer frente a una crisis excesivamente dilatada y por las ínfulas nacionalistas de la mayor parte de la población. Hitler, austríaco de nacimiento, considera ambas naciones una sola, por lo que los "nuevos alemanes" se ven sumergidos de la noche a la mañana en un régimen totalitario sin tener ocasión de pensárselo. Muchos ciudadanos se encontraron entonces cara a cara con el ogro, sabiendo además cómo se habían sucedido los acontecimientos social y políticamente en el país vecino. La familia Trapp, pese a pertenecer al establishment postimperial, era una de las que estaba hecha de una pasta diferente a la que traían los rudos reposteros del norte, gracias sobre todo a la influencia filosocialista que Maria ejercía en la educación de los hijos. Apenas un mes después de la catástrofe nacional, Hitler decide celebrar su cumpleaños haciendo gala de los elementos más característicos del Deutsche Volk y elige a los pequeños cantores Trapp para su fiesta de exaltación personal. Listo como el hambre, el führer ofrece al ex-almirante un puesto de responsabilidad en la nueva comandancia militar en Viena, con la intención de granjearse las simpatías y el apoyo del clan familiar, actuando del mismo modo que solucionaba las dudas de las clases medias en Alemania: mediante concesiones de privilegios que le garantizaran a posteriori el necesario pago de favores. Pero los Trapp no están por la labor y, conscientes de las consecuencias de tal decisión, hacen la maleta a tiempo y huyen a Italia haciendo uso de la buena relación con la iglesia católica a ambos lados de la frontera. Hitler, enfurecido y sin cereza en su pastel de cumpleaños, hace su ancshluss particular de los bienes patrimoniales que aún conservaba la familia, regalándolos a otros estómagos agradecidos, como Heinrich Himmler, que disfrutó de Villa Trapp como residencia en exclusiva hasta el final de la guerra.

Tropas alemanas por las calles de Salzburgo en 1938, dejando claro quién mandaba

Los Trapp, junto a Franz Wasner, recalan en Estados Unidos a principios de 1939. Sin un centavo en los bolsillos reinician su carrera profesional con giras por la costa este y Canadá, que les dan pingües beneficios. No obstante, la familia se sobrepone a las penurias y con la ayuda y el empuje de todos poco a poco van saliendo a flote. En primer lugar gracias a una inteligente americanización del repertorio y nombre del grupo (The Trapp Family Choir), con vistas a aumentar la audiencia y no quedarse sólo en un público residual de origen germano. Pero, además, a medida que aumentaba la tensión internacional y el nuevo país de adopción entraba en guerra contra el Reich, se hacía más visible y simpática para el público la etiqueta de renegados del nazismo, capaces de negarle un concierto al mismísimo demonio. Al finalizar la guerra la familia tenía rendida a sus pies a toda la crítica americana.

Los Trapp en USA cantando aún en alemán (Es wollt ein Jägerlein jagen)

El matrimonio y sus siete hijas cantoras a mediados de los cuarenta

En 1947, Georg Ludwig fallece víctima de un largo y duro cáncer a la edad de 67 años. Pero el tesón del clan es inagotable: continúan actuando unidos ahora en torno a la figura protectora de la baronesa Maria hasta llegar a su primer contrato profesional en 1949 con RCA Victor, ahora como The Trapp Family Singers. Ese mismo año Maria von Trapp publica The Story Of The Trapp Family Singers, una autobiografía que se convierte de inmediato en un éxito de ventas. Pero los años no pasan en balde y a mediados de la década de los cincuenta ya se veía que muchos de los miembros, entrados en la cuarentena, requerían empezar a volar por su cuenta, ya fuera en el terreno musical -aún con éxito relativo- o en otros negocios como la hostelería o la restauración. 1956 ve el último concierto de los ahora 10 hijos Trapp (en 1939 había nacido el benjamín Johannes), justo el mismo año en que, atraídos por la notoriedad que habían alcanzado, unos productores germano-austríacos compran a Maria por 9.000 dólares los derechos del libro para rodar dos películas, Die Trapp-Familie (1956) y su secuela, Die Trapp-Familie in Amerika (1958), con vistas a conquistar el mercado alemán.

Fragmento de Die Trapp-Familie de Wolfgang Liebeneiner, la primera dramatización de la vida de los Trapp

Paramount Pictures recompra los derechos y prepara The Sound Of Music, un musical que se estrena en Broadway en 1959 con letra y música de la mítica pareja Oscar Hammerstein II y Richard Rodgers e interpretada por Mary Martin en el papel de Maria y por Theodore Bikel como Georg Ludwig. La obra sigue con fina veracidad la auténtica historia de los Trapp, aunque de forma edulcorada, omitiendo algunos de los pasajes de penurias económicas de los años treinta y convirtiendo la relación entre la novicia y el barón en el núcleo central del argumento. 1443 representaciones avalan el éxito de The Sound Of Music, con 6 premios Tony Awards y más de tres millones de entradas vendidas sólo en Nueva York. Columbia grabó un álbum una semana después de su estreno y lo llevó al primer puesto en las listas de ventas permaneciendo allí durante 16 semanas. La repercusión fue tan amplia que 20th Century Fox compró la obra tal cual se representaba en Broadway para realizar una película pero por exigencias de Paramount hubo de esperar a que acabaran las funciones contratadas tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña y Australia. Y eso ocurre en 1964, año en que el director Robert Wise lleva a los platós a Christopher Plummer y a Julie Andrews como personajes principales, una apuesta personal del cineasta que se impuso ante las continuas recomendaciones de su entorno de incluir en el reparto a figuras ya consagradas como la misma Mary Martin, Doris Day o Debbie Reynolds. No obstante se dejó convencer, y con acierto, para sustituir la insuficiente voz de Andrews en las escenas cantadas.

Mary Martin fue Maria von Trapp en las primeras funciones en Broadway (1959)

The Sound Of Music o Sonrisas y Lágrimas, como se prefiera, ganó cinco estatuillas en 1965. Además de los premios a la mejor película, director, montaje y sonido, resultó casi un mero trámite que Irwin Kostal saliera a recibir el Oscar a la mejor banda sonora, como responsable de dirigir musicalmente las obras originales de Rodgers y Hammerstein. Los temas de la película ya eran conocidos por el público gracias a la popularidad del musical de Broadway y el resultado de la gala, lejos de sorprender, no hizo si no confirmar la gran visión de la Fox en el negocio cinematográfico, pues a pesar del elevado coste de producción la compañía obtuvo unos réditos de más de cien millones de dólares en tan sólo cinco años de exhibición.

Julie Andrews ¿canta? Do-Re-Mi, el más famoso tema de The Sound Of Music

Entre las canciones de Sonrisas y Lágrimas, destacan algunas que se han convertido en historia con mayúsculas del cine y el teatro. En Do-Re-Mi, la institutriz enseña a los niños los conceptos básicos del solfeo (como si en la vida real los Trapp -recordemos, austríacos- no hubieran oído hablar nunca de él), acabando con un aleccionadora a la vez que moralizante máxima: "Si sabes todas las notas, podrás cantar casi cualquier cosa". Hammerstein crea un divertido juego con las notas musicales y su equivalencia sonora con palabras inglesas, donde Do se convierte en una cierva (doe), Re es un rayo (ray) o So (nuestro Sol) se transforma en coser (sew). Rodgers compone una melodía que acompaña a la perfección la letra de Hammerstein, iniciando cada verso con la nota a la que se hace referencia. Una melodía que recuerda algunos pasajes de la obertura del Tannhäuser de Richard Wagner.

My Favorite Things, una de las mejores joyas de Rodgers y Hammerstein

My Favorite Things, otro de los temas célebres del musical, convoca al oyente a pensar en las cosas agradables como forma de sobrellevar los momentos más ingratos. La baronesa entona esta canción para calmar a los pequeños Trapp durante una noche de tormenta. John Coltrane realizó un bellísima versión del tema en 1960 que contribuyó a que se convirtiera en un clásico standard de jazz, fielmente interpretado por la tradición anglosajona en fechas navideñas. Los aires tradicionales tiroleses se evocan en composiciones tan logradas como The Lonely Goatherd, con el típico yodel alpino al acabar cada fraseo, o la popularísima Edelweiss, una metáfora de la patria de origen, tan costumbrista que muchos americanos aún creen que se trata del himno nacional de Austria. Ésta última se utiliza hoy, aunque con la letra cambiada, en las iglesias metodistas como acompañamiento en los actos de bendición.

Edelweiss, es una flor alpina, no el himno nacional de Austria, aunque muchos crean lo contrario

La película puso a Salzburgo en las guías de viaje norteamericanas gracias a sus excelentes localizaciones, más próximas a la saga Sissí que a la realidad vivida por la familia Trapp. Lugares tan románticos como los Jardines y el Palacio de Mirabell, el Cementerio de St. Peter, los palacios de Leopoldskron y Frohnburg o la Felsenreitschule embelesaron tanto al público que aún hoy en día tres de cada cuatro estadounidenses que visitan la ciudad confiesan que lo hacen atraídos por la cinta de Weis, una película que la inmensa mayoría de salzburgueses dice no haber visto. Maria Kutschera, la Julie Andrews de verdad, recuperó en 1956 la vocación religiosa que había interrumpido para convertirse en Maria von Trapp y se marchó a Papúa-Nueva Guinea de misionera junto a tres de sus hijas. Regresó a Estados Unidos antes de morir en 1987 rodeada de los suyos, una poblada parentela que supo salir a flote gracias al esfuerzo común. El ejemplo de que con el trabajo de todos se puede hacer casi cualquier cosa.

Maria Kutschera, alias Maria von Trapp, en la vejez de una vida intensa y satisfactoria

Lista Spotify con varias versiones de Do-Re-Mi:



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¿Quién teme a su propio miedo?


Al comenzar la década de los años treinta, Walt Disney ya había conseguido ganar su primer millón de dólares. Tras un inicio titubeante en el mundo de la animación, la primitiva Disney Brother's Studio consiguió consolidarse como un proyecto serio en 1928 tras el nacimiento de su más celebrado personaje, el ratón Mickey Mouse. Los dos primeros cortometrajes en los que aparecía el famoso ratón de cuatro dedos fueron en el habitual formato mudo, pero tras el desdén que cosechó de los distribuidores, Disney decidió aprovechar las nuevas tecnologías y su tercera película Steamboat Willie ya incluía el sistema de sincronización de sonido Cinephone, con el que dotaba de voz al roedor dando así comienzo a una larga y fructífera carrera cinematográfica. Sin embargo, en 1932, parecía que todo se estancaba. Ciertamente el éxito de Mickey Mouse fue tan apabullante que su sombra oscurecía cualquier nuevo proyecto de la factoría. La nueva serie de cortos musicales Silly Symphonies, estrenada un año después de Mickey, no acaba de alcanzar el nivel deseado y las distribuidoras exigieron a Disney que se asociara de alguna manera al célebre ratón, ya fuera incluyéndolo en el reparto o, cuanto menos, con su imagen en los créditos iniciales presentando la película. No era un buen momento para dejar de remar. Corrían malos tiempos para los negocios, con una crisis económica muy acentuada y un país al borde del colapso social. Además, otra productoras con más recursos, como Universal y Warner, empezaban a meter el pie en el mundo de la animación amenazando con echar por tierra los esfuerzos de la compañía. Sin embargo, en un eficaz ejercicio de supervivencia, Walt Disney supo explotar de nuevo las técnicas que estaban a su alcance para reanimar la empresa, y contrató un novedoso proceso de Technicolor que adaptó en exclusiva para sus Silly Symphonies. El primer corto totalmente en color, titulado Flowers and Trees, fue un total éxito y consiguió que la serie musical concentrara la merecida atención del público casi tanto como Mickey. Un año después, en mayo de 1933, la serie estrenaba un episodio crucial en la historia de Disney: The Three Little Pigs (Los tres cerditos), que incluía la canción Who's Afraid of the Big Bad Wolf? (¿Quién teme al Lobo Feroz?)

The Three Little Pigs, en versión española* (ver Notas)

Three Little Pigs es una revisión de la clásica fábula del mismo nombre dirigida por Burt Gillett y con guión de Boris Morkovin. La historia, por conocida, no dejaba de ser una sorpresa para el habitual público de los dibujos animados puesto que, de forma novedosa, dotaba a cada personaje de una identidad bien diferenciada. Hasta ese momento las historias en el cine animado presentaban a protagonistas únicos, acompañados como mucho por secundarios que formaban un todo uniforme, sin profundizar demasiado en ellos. Con la personalidad propia de cada uno de los cerditos, Morkovin pudo desarrollar mejor el argumento y ofrecer un relato más al estilo del cine convencional. Para completar esa caracterización, se echó mano de varios actores de reparto, habituales de las novelas radiofónicas: Mary Moder (Fiddler, el cerdito violinista), Dorothy Compton (Fifer, el flautista), Pinto Colvig (Practical, el gorrino práctico) y Billy Blechter (el fiero Big Bad Wolf)

Disney y Churchill (al piano) junto a Fiddle, Practical y Fifer

El dibujo corrió a cargo de Norman Ferguson y del numeroso equipo de animadores de la factoría (entre ellos, Art Babbitt y Fred Moore). Después de un año madurando las técnicas del Technicolor, Ferguson y los suyos pudieron presentar un trabajo muy rico en tonos y matices que marcarían posteriormente la línea a seguir en Disney. Los personajes adoptaban posturas y movimientos muy realistas, que facilitaban la identificación del espectador con su particular personalidad. Antes del estreno, sin embargo, tuvieron que modificar la escena en la que el Lobo Feroz se disfraza de feriante de cepillos para alejarlo de la imagen del buhonero judío que tanto se ridiculizaba, sobretodo en la Europa Central. La regla siempre observada por Walt Disney de ser lo más políticamente correctos en sus dibujos impuso retirar la narizota y la barba larga tan estereotipadas que podía herir ciertas sensibilidades.

A la izquierda la versión original y a la derecha la censurada (o políticamente correcta, mejor dicho)

Nótese el parecido con los vendedores judíos que recorrían Europa

 
La versión de habla inglesa que se estrenó en 1933, con el Lobo sin nariz de judío

Y, por último, la clave final del éxito vino de la mano de Carl W. Stalling y su dirección musical. Bajo su supervisión, Frank Churchill y Ann Ronell compusieron el tema principal de la película, Who's Afraid of the Big Bad Wolf? que se convertiría, a la larga, en la banda sonora de la época de la Gran Depresión. Tras cuatro años sumidos en una desbordada recesión económica, el pueblo norteamericano parecía haber tirado la toalla. El desánimo y el derrotismo atenazaban a una población que sufría los avatares de una crisis impensable una década atrás, un desastre de tal magnitud que ponía en entredicho un sistema político que parecía hasta hacía poco el mejor de los posibles. Los Estados Unidos estaban recorriendo un camino muy peligroso, en una época en que las alternativas del fascismo o del socialismo amenazaban los cimientos de su democracia. Tras las fracasadas políticas aplicadas para revertir la crisis, en 1932 se imponía un cambio de rumbo. Franklin D. Roosevelt fue elegido con la esperanza de sacar al país de un pozo cada vez más profundo y de alejarlo de un horizonte negro y espantoso. Las medidas intervencionistas que implantó el nuevo presidente, por sí solas no sirvieron para mejorar la economía (hasta que el país no entró en guerra, diez años después, no se recuperó eficientemente), pero el nuevo clima de esperanza que se impuso en la población fue el empujón que el sistema necesitaba para no acabar desintegrándose. Los discursos radiofónicos de Rossevelt, por rutina semanales, iban en esa dirección; levantar el ánimo y acabar con el pánico generalizado. En una de sus primeras alocuciones tras ser investido en 1933, dejó la frase que marcaría el camino para la recuperación: "De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo". Unos meses después Who's Afraid of the Big Bad Wolf? sonaba en las salas de cine de todo el país para reforzar la propaganda presidencial, identificando subliminalmente al Lobo Feroz con los enemigos de la nación como la crisis, el marxismo o el fascismo.

No es la cola del cine, no. Es la del paro, durante la Gran Depresión

Disney obtuvo un producto excepcional, técnicamente sublime, de narrativa innovadora, con una música popular pegadiza y celebrada y, sobretodo, con el mensaje deseado por el público. The Three Little Pigs fue un éxito total en un momento muy complicado, labrando así el longevo futuro de la compañía. La película se mantuvo en cartel durante años y, en algunos casos, las salas tuneaban el cartel anunciador pintando unas barbas postizas en los personajes para mostrar orgullosas al espectador el tiempo que hacía que se proyectaba en sus pantallas. La fórmula tuvo tanta notoriedad que estuvo de nuevo presente en posteriores Symphonies. Así, tanto los personajes como la canción volvieron a aparecer en The Big Bad Wolf (1934) junto a la Caperucita Roja y su abuelita, en una revisión del clásico de Perrault; en Three Little Wolves (1936) donde los tres cerditos cedían el protagonismo a los tres lobitos; y en The Practical Pig (1938) continuación de la saga. Las otras productoras también se apuntaron al carro del Lobo Feroz, como la United Artists y su Big Bad Wolf (1934) con dibujos de Ub Iwerks; la MGM con Blizt Wolf (1942) propaganda de guerra donde el lobo se convierte en un feroz Hitler; y ya más adelante la Warner con sus particulares homenajes Pigs in a Polka (1943) y The Three Little Bops (1957)


The Three Little Bops, homenaje musical de la Warner a Los tres cerditos de Disney

Frank Churchill nació en 1901 en Rumford, Maine. A los quince años ya tocaba el piano acompañando las proyecciones de cine mudo en salas locales. Se matriculó en medicina por la Universidad de California, pero abandonó los estudios para dedicarse en exclusiva a su carrera musical. No en vano se encontraba en Los Ángeles en un momento dulce para desarrollar sus impulsos artísticos. En 1924 consiguió trabajo como músico acompañante en una emisora de radio angelina. En 1930, Churchill fue aceptado en la compañía Disney para poner música a sus Silly Symphonies a las órdenes de Carl Stalling. La productora tenía en plantilla tres directores y tres músicos que elaboraban las Symphonies en pareja. Frank Churchill tuvo la enorme suerte de coincidir con Burt Gillett para trabajar en el episodio The Three Little Pigs y tras el éxito de Who's Afraid of the Big Bad Wolf?, pasó a convertirse en uno de los compositores de referencia de la factoría. Cuatro años después de hacer bailar a los cerditos, en 1937, fue incluido en el privilegiado grupo que se encargaría de producir el primer largometraje animado de la historia: Blancanieves y los siete enanitos, por el que fue nominado al Óscar a la mejor Banda Sonora junto a Leigh Harline y Paul J. Smith. De Churchill son los clásicos inolvidables de aquella película Heigh-Ho, Whistle While You Work y Someday My Prince Will Come. Tanto talento no podía quedar sin premio y en 1941 obtuvo la estatuilla dorada  por la banda sonora de Dumbo y otra nominación a la mejor canción por la bellísima Baby Mine.

  Baby mine, ganadora del Óscar a la mejor canción en 1941

Después del éxito de Blancanieves, Frank Churchill se convirtió en el supervisor musical de la Walt Disney Company y pasó a ser la mano derecha del Gran Jefe, verificando los proyectos de cortos y largometrajes que se hicieron hasta que el país entró en la Segunda Guerra Mundial. Por sus manos pasaron las partituras de Pinocho y Fantasía (ambas de 1940) y de numerosas Symphonies, además de trabajar personalmente en Dumbo y en Bambi (por la que sería nominado de nuevo a la mejor banda sonora y mejor canción por Love Is A Song) Los reconocimientos obtenidos por estas dos películas era una señal clara de cuánto había cambiado la sociedad americana en tan sólo una década. Donde antes prevalecía la moraleja optimista indispensable para salir de la crisis, ahora el protagonismo lo tomaban las relaciones materno-filiales, en un momento en el que muchas madres norteamericanas sufrían por sus hijos que estaban luchando en Europa y el Pacífico.

Pero a Frank Churchill acabaron comiéndoselo otros lobos más feroces. Después de Bambi comenzó a tener problemas personales y laborales de difícil solución. Las relaciones con Walt Disney se deterioraron gravemente debido a la acumulación de acusaciones de plagio en sus canciones (acusaciones que resultaron al final falsas) y por los cada vez más habituales comentarios negativos del jefe en relación a su trabajo. Además, dos de sus mejores amigos y miembros de la plantilla de músicos de la compañía fallecieron en breve espacio de tiempo. Estos factores le sumieron en una depresión que se apresuró a regar con alcohol y finalmente tomó la decisión de dejar plantado a Disney y largarse a su rancho de Castaic, a las afueras de Los Ángeles. Allí fue encontrado el 14 de mayo de 1942, abrazado a su piano, con una pistola en la mano y un agujero de bala en la cabeza. Esta vez la moraleja tenía una sorpresa trágica: Aquel que había ayudado a que el país dejara de tener miedo a lo desconocido, no pudo vencer al final sus propios miedos.

Frank Churchill, autor de ¿Quién teme al Lobo Feroz?

Notas:
* El doblaje en español fue realizado en los estudios Des Reservoirs, de París, el mismo año 1933. Práctico y Lobo Feroz hablan castellano de la península, mientras que Fiddle y Fifer tienen un ligero acento francés.

Letra de Who's Afraid of the Big Bad Wolf? en inglés
Letra de ¿Quién teme al Lobo Feroz? en español
Lista Spotify con varias versiones de Who's Afraid of the Big Bad Wolf?:


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El gran salto


Cerca de mil millones de personas vieron por televisión como Neil Armstrong saltaba desde el módulo Eagle y ponía por primera vez el pie en la superficie lunar. Si ahora nos sorprenden los índices de audiencia de acontecimientos tan mundanos como una final del Campeonato del Mundo de fútbol o una gala de un reallity show, podemos entender la expectación que generó en 1969 la retransmisión en directo de un hito de tanta transcendencia. El seguimiento mediático del suceso fue espeluznante. Por un lado estaba la presión ejercida por la Casablanca para emitir el alunizaje y que se viera bien clarito de qué color era la bandera que iba a ondear en nuestro único satélite. En contra de las recomendaciones de la NASA, que veía en las cámaras adosadas al módulo lunar un exceso de equipaje peligroso para la misión, se impuso la necesidad del gobierno americano de dar urbi et orbi la buena nueva: Los americanos habían ganado la carrera espacial  y se postulaban como los nuevos amos interplanetarios. No escatimaron en medios; a base de repetidores en varios puntos del planeta consiguieron que toda la población mundial pudiera seguir en directo y sin cortes (a pesar de la falta de nitidez y el ruido) el famoso "gran paso de la humanidad". Ya me dirán si no es casual que el momento álgido, el minuto de oro que llamamos hoy en día, se produjera el domingo, 20 de julio a las 22:00 horas en los televisores de la costa este americana, cuando el módulo llevaba ya casi siete horas aparcado sobre la superficie lunar. El horario de máxima audiencia en USA; el horario de la Super Bowl, por ejemplo.

20 de julio de 1969: Todo el mundo ante el televisor

Pero por otra parte, los éxitos obtenidos por la humanidad en los poco más de diez años que llevaba disputándose la carrera espacial, había generado en las masas un revival por el género de ciencia-ficción que  inundaba todos los ámbitos de la cultura popular. Sucesiones de proezas tales como el satélite artificial, un animal en órbita, un hombre en el espacio o una mujer cosmonauta, hacían pensar que la literatura de Arthur C. Clark o H. G. Wells no era tan de ficción como parecía. Y la música no podía quedarse al margen del fenómeno, claro está. Sobretodo cuando se trataba de colocar un producto en lo más alto de la pirámide de ventas. Y aprovechando tanto el tirón del género como el suceso mediático más importante de la Historia, un chico de veintidós años llamado David Bowie consiguió dar su propio gran salto y colocar su tema Space Oddity como banda sonora de aquel verano.

Space Oddity compuesta e interpretada por David Bowie en 1969

En la cultura anglosajona siempre ha tenido un predicamento especial el género fantástico. A los Clark y Wells antes citados hay que sumarles genios como Aldous Huxley, Ray Bradbury, Isaac Asimov, C. S. Lewis y muchos otros que durante los años cuarenta y cincuenta sembraron las semillas de la ciencia-ficción que cultivarían con gran acierto el cine y la televisión con posterioridad. Antes, incluso, de que el Sputnik comenzara a dar vueltas sobre nuestras cabezas ya existían películas de cierto éxito relacionadas con el espacio, como Con Destino a la Luna (1950, Irving Pichel), El Enigma... de Otro Mundo (1951, Christian Nyby) o Ultimátum a la Tierra (1951, Robert Wise), clasificadas como serie B para un público minoritario pero cada vez más en auge. Pero es a partir del pistoletazo de salida en la carrera espacial entre rusos y americanos que la humanidad cae en la cuenta de que la quimera es alcanzable y que más tarde o más temprano se podrá viajar por otros mundos y, quién sabe, contactar con otras inteligencias que nos enseñen a ser mejores y resolver nuestros problemas. Desde 1957 en adelante el género se convierte en cultura dominante y se multiplican los éxitos como La Furia del Planeta Rojo (1959, Ib Melchior), First Man Into Space (1959, Robert Day) y más adelante llegan títulos míticos como Barbarella (Roger Vadim), El Planeta de los Simios (Franklin J. Schaffner) y 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrik) todas éstas estrenadas en 1968.

Barbarella, la heroína fantaerótica del cómic de Jean-Claude Forest llevada al cine en 1968

Tampoco la televisión quedó al margen de la moda. En 1965 la CBS estrenaba Lost in Space, serie fantástica en la que una familia modelo americana a bordo de una nave espacial perdía el contacto con el puesto de control en la Tierra y quedaba condenada a vivir peligrosas aventuras vagando por el cosmos. Un año más tarde, la NBC contraatacaba con Star Trek, serie de la que está demás hacer cualquier reseña y que seguro que podemos encontrar en algún canal de la tdt contemporánea.

Lost in Space, la serie de Irwin Allen que reventaba audiencias en los sesenta

En cuanto a la música, la cosa era un poco más complicada. En principio la relación que existía entre la música y la ciencia-ficción se limitaba a las bandas sonoras de las películas del género. En la música popular (ya sea pop, rock u otros estilos) los artistas preferían dirigirse al público de forma más mundana y las letras versaban de aspectos humanos más triviales (amor, sexo, etc) que no de naves extraterrestres o monstruos interestelares. Sin embargo, las bandas sonoras introdujeron la tecnología a la instrumentación y popularizaron inventos como el theremín (inventado en 1919) o el clavioline que proporcionaban sonidos muy adecuados para el clima cósmico que se quería lograr. Ya en los sesenta, se desarrollaron instrumentos muy útiles para bandas pop como el mellotron (precursor del sampler) y los sintetizadores de todo tipo y prestaciones, adaptables a cualquier sonido y género. Incluso se crearon variantes de bolsillo como el popular stylophone que llegó a vender más de tres millones de unidades en 1968. La música pop asimiló estos sonidos para adaptarse a la corriente en boga y estilos como el rock psicodélico, el rock progresivo o el rock sinfónico comenzaron a hablar de cohetes, viajes estelares y seres de otros planetas.

Telstar, de Joe Meek: un instrumental space rock que alcanzó el nº1 en 1962

Pero volvamos un momento al listo que infló su cuenta corriente gracias a la oportunidad de estar en el momento adecuado y en el sitio adecuado. David Robert Jones era un joven londinense de talento que bregaba por hacerse sitio en el panorama musical de mediados de los sesenta. Algo -que ya hemos visto- nada fácil. Con varios singles de escaso éxito bajo el brazo recorría las casillas del tablero pop para encontrar aquella donde  forjar su estilo y encajar definitivamente. En eso, el joven David era un todo un fenómeno (no en vano, más tarde se le conocería como el Camaleón). Quería mostrarse como "artista total" antes que músico predecible y esa exigencia por conseguir ser el perejil en todas las salsas le perjudicaba más que nada. Para empezar se cambió el apellido a Bowie, porque por entonces ya existía un Davy Jones famoso (el cantante de The Monkees), y con ese nuevo nombre lanzó su primer álbum en el verano del 67. Pero al igual que sus singles de debut, este trabajo fue un completo fracaso, por lo que durante un tiempo se tuvo que buscar la vida presentándose a cástings para anuncios de televisión. Su mánager en esa época, Kenneth Pitt, no se daba por vencido. En enero de 1969, y tras la sugerencia de un productor alemán que sí creía en Bowie, Pitt encargó una película promocional (Love You Till Tuesday) que recogía los mejores temas de su único álbum y nuevos trabajos. Cuando se estaba editando el film, Bowie llegó al estudio y preguntó si había sitio para una nueva canción que acababa de componer. Se trataba de su particular homenaje a la película 2001: A Space Odyssey y a toda la cultura sci-fi de la década. La letra reflejaba muy bien las expectativas mediáticas puestas en la carrera espacial; los astronautas son héroes mitificados por el público y se espera de ellos que no defrauden a la humanidad, y que llegado el momento sepan sacrificarse por un objetivo superior en nombre de todos.

[...] Aquí Base llamando al Mayor Tom.
Has conseguido dar el gran salto
y la prensa quiere conocer qué marca de camiseta llevas.
Ahora has de abandonar la cápsula, si tienes valor [...]

Bowie también plasma el sentimiento de soledad que sufre el héroe cuando las cosas no van bien. Un paralelismo claro con los oscuros tiempos en que el artista no encontraba el reconocimiento que su talento merecía.

[...] Estoy aquí, flotando alrededor de este trasto,
muy por encima de la Luna.
La Tierra es azul
y no hay nada que pueda hacer [...]

La canción, bautizada como Space Oddity (curiosidad espacial), tenía dos características fundamentales para triunfar: brillantez y oportunismo. De la primera basta escuchar el tema para darse cuenta del talento compositivo de Bowie. De la segunda, Kenneth Pitt fue inmediatamente consciente dado los acontecimientos que estaban por venir. Así que con la película editada se fue a llamar a las puertas de las majors y en la primera de ellas, la de Mercury Records, obtuvo la respuesta que esperaba. No había mucho tiempo. La discográfica confió la producción del tema al experimentado Gus Dudgeon, que cogió la versión incluida en la promo y la vistió con unos cuantos arreglos para darle el clima cósmico adecuado. Atemperó el ritmo de la guitarra acústica, recurrió al mellotron para los efectos especiales y los acompañamientos melódicos y mejoró incluso el sonido del stylophone con el que Bowie había jugado en la pista original. Mercury lanzó el single Space Oddity el 11 de junio de 1969, un mes antes del comienzo de la misión Apolo XI. El producto estaba en el mercado a tiempo y sólo tenían que esperar. Los británicos, prudentes hasta la náusea, esperaron a ver cómo terminaba la inusual misión espacial para dar el veredicto a la canción. La BBC se negó a emitirla en antena durante ese mes de nerviosa espera y es posible que si el intento de alunizaje hubiera acabado en tragedia, Space Oddity hubiera quedado en un nuevo vano intento de alcanzar la fama. Pero Bowie tuvo suerte; Armstrong pisó la Luna y el virus de la conquista espacial infectó definitivamente a todos los sectores de la sociedad que aún permanecían inmunes. Y ahí estaba la canción adecuada, para convertirse en un hit de ventas y ayudar al incomprendido artista a dar el gran salto a la fama.

Bowie interpreta su éxito al recoger en la gala de los Ivors Novello Awards en 1970

Space Oddity alcanzó como un cohete el 5º puesto en la UK Singles Chart. A finales de año, Mercury sacaba al mercado el álbum por el que Bowie obtuvo el reconocimiento de crítica y público que tanto había soñado. Ya era el artista total. En las décadas siguientes, David Bowie continuó adaptándose musicalmente a los cambios culturales y artísticos que los tiempos demandaban, forjando una carrera personal extraordinaria, pero el peso que tuvo Space Oddity en esa trayectoria sigue cíclicamente dominando la balanza. Una reedición del single en 1973 se hizo sitio esta vez en la Billboard americana y otra, de 1975, llegó a lo más alto en las listas de su Inglaterra natal. En la actualidad la carrera espacial está estancada y la fiebre mediática sensiblemente controlada. Todavía hay mundos a la espera de ser explorados  pero lo costoso de la empresa requerirá tiempos mejores; tiempos en los que la Tierra deje de estar triste; tiempos en los que un nuevo gran salto sea posible.

The First Men in the Moon, de H. G. Wells, en una adaptación para televisión de 2010

Letra de Space Oddity en inglés en un cómic ilustrado por Andrew Kolb que puedes ver y descargar desde aquí
Letra de Space Oddity en español
Lista Spotify con varias versiones de Space Oddity:


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El sexo de los Muppets


Mi sobrino, que tiene poco más de dos años, tiene ya su propia banda sonora. Evidentemente sus tracks son la consecuencia de muchos programas, películas y cuentos infantiles, nada de particular en cualquier niño de su edad que balancea sus pañales al ritmo de la música. Pero si hay una canción que le apasiona especialmente y que le hace sonreír cada vez que la oye, esa es el Mah-nà Mah-nà de los Muppets (los famosos Teleñecos emitidos por TVE en los años ochenta). Siempre me ha sorprendido cómo la sencillez musical hipnotiza a las personas y la evidencia más palpable es la reacción de los pequeños ante este tema, una simple rueda de cuatro acordes a ritmo de callypso sesentero, con letra scat y coros duduá. Podría parecer que los creadores de los Teleñecos elaboraron la fórmula musical perfecta para un hit perdurable en el tiempo, pero no fue así, ni mucho menos. Simplemente se la encontraron hecha.

Mah-nà Mah-nà es obra de Piero Umiliani, para la banda sonora de la película Svezia, inferno e paradiso (Suecia: Infierno y Paraíso) de Luigi Scattini, un mondo film de 1968 centrado en los diferentes aspectos de la sexualidad femenina escandinava. Un momento ¿sexualidad? ¿Cómo acaba esta canción incluida en una película para adultos en una recurrente banda sonora infantil?



Como se puede oír, la versión original no dista apenas de la interpretada en los Muppets. El tema es interpretado por cuatro músicos de sesión de la orquesta de la RAI (reunidos en un grupillo adhoc bautizado Marc 4), la voz principal es de Alessandro Alessandroni y el coro es de la mujer de éste, Giulia de Mutiis. La película pasó prácticamente desapercibida fuera del mundo documental italiano de la época, pero Ariel Records publicó la banda sonora de Umiliani dada la popularidad alcanzada por el compositor, que a lo largo de los sesenta ya había musicado más de una cincuentena de películas. Pronto se dieron cuenta los de Ariel Records que Mah-nà Mah-nà tenía ingredientes suficientes para echar el vuelo por sí solo y lanzaron un single que sorprendentemente llegó al nº 55 en el Billboard Hot 100 de 1968... ¡en Estados Unidos!



A partir de ahí, todo se desata. En 1969 el sello británico Major Minor edita un single llamado The Great Unknows, donde aparece en la cara A e inmediatamente se pone en nómina de la banda sonora de El Show de Benny Hill, junto a otras piezas igual de pegadizas como Yakety Sax, de Boots Randolph, o Gimme Dat Ding, de The Pipkins. El tono humorístico y "picante" del show sigue teniendo cierta vinculación con el propósito original de Umiliani para el film de Scattini, pero entonces llegan a escena Jim Henson y sus muñecos, se fijan en Mah-nà Mah-nà y la lían parda.

En 1969, Sesam Street está en su primera temporada. Se está haciendo un sitio entre el público norteamericano por su original manera de compaginar una propuesta meramente infantil con temas culturales y artísticos de la América de los sesenta. Y eso es mucho y muy bueno. En el episodio nº 14, aparecen unos personajes femeninos anónimos que no saben qué hacer y deciden cantar una canción. Entonces se les une un barbudo desaliñado, de aspecto beatnik, que repite el mantra "Mah-nà Mah-nà" hasta que comienzan a corearle. La forma de interpretar la canción es la hoy conocida por todos y que tanta gracia hace a los pequeños, con el barbudo improvisando ante la atónita mirada y desaprobación de las coristas que le llevan a frenar su scat y a corretear por el escenario. La improvisación del cantante, en realidad no es tal, pues usa los mismos fragmentos que canta Alessandroni en el original. Y es curioso porque Umiliani utiliza partes de otros temas ya populares (la famosa Rapsodia Sueca de Hugo Alfven, Santa Lucía de Teodoro Cottrau, Boogie Woogie Bugle Boy de The Andrew Sisters y Lullaby of Birdland de George Shearing) adaptadas al estilo de jazz cantado.



El sketch se populariza de inmediato y Henson, consciente del filón, aprovecha para crear unos personajes más muppets, con unas coristas de aspecto alienígena con bocas enormes llamadas Snouths (contracción de snout, hocico y mouth, boca) y un peludo hippy con gafas bautizado inicialmente como Bip Bippadotta (más tarde conocido como Mahna Mahna) Se presentan el 30 de noviembre de 1969 en el Show de Ed Sullivan, el top de la escena americana, con una actuación memorable, donde los personajes enfatizan su interpretación y el tema se ralentiza, dejando su inicial ritmo callypso y adoptando una disposición más lúdica, tal y como la conocemos ahora.

Cuando Henson crea The Muppet Show en 1976, el trío es de obligada aparición ya desde el primer episodio (ver vídeo del inicio) y el trampolín televisivo tiene un gran beneficiario: el mismísimo Piero Umiliani, que al año siguiente, en 1977, su banda sonora alcanza el puesto 8º de ventas en Gran Bretaña. El tema ha sido versionado infinidad de ocasiones y es recurrente en un sinfín de situaciones cómicas e infantiles de cine y televisión, siempre asociado a la interpretación de los teleñecos. Pero lo que la mayoría de gente no sabe es que cuando sus niños mueven los pañales al son de Mah-nà Mah-nà unas venus suecas de estilizados senos mueven también sus caderas sobre la nieve de Uppsala.



Lista de Spotify con algunas versiones de Mah-nà Mah-nà:


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