Posted by : John Kaimos 20 septiembre 2013


A lo largo de nuestra vida cargamos con una pesada mochila repleta de obras y decisiones de todo tipo. De las buenas nos enorgullecemos, nos gusta a menudo recordarlas y su lastre se nos antoja hasta liviano. Por el contrario, son los actos fallidos los que magnifican el peso y lo hacen insoportable. Pero no podemos deshacernos de ellos. Es la inevitable dialéctica entre las acciones y los valores que dan sentido al ser humano: cada acto consumado tiene una repercusión moral. Si el resultado de ese acto, ya sea pecado o virtud, es el que esperábamos acabaremos por reafirmar nuestra escala de valores. Sin embargo, si las consecuencias de nuestras obras nos defraudan entraremos en un conflicto que sólo podremos solucionar acondicionando las normas de conducta. Así perfila el ser humano su propia moral y no tiene fin: siempre se está poniendo a prueba y nadie puede asegurar que sus valores permanecerán eternos porque en algún momento, en algún lugar, ocurrirá algo que nos hará dudar de ellos. De esta manera maduramos, convirtiendo lo que antes creíamos vicios en virtudes y viceversa. El problema viene cuando nos negamos a asumir las consecuencias de los actos fallidos y, en lugar de adaptar la escala de valores, nos pasamos media vida redimiéndolos con fatuas buenas obras. Este modo de actuar es habitual cuando nuestra moral es impostada, rígida y con menos margen para los defectos que para las bondades, como en el caso de la religiosidad. Entonces buscamos la santidad entendida como la reafirmación de la virtud ante cualquier situación, sin comprender que en realidad lo que hacemos es acentuar nuestras propias contradicciones. Y entonces la mochila pesa mucho más de lo que tendría que pesar.

En Nazarín (1959), película de Luis Buñuel basada en la obra homónima de Benito Pérez Galdós, vemos como el protagonista, el cura Nazario, huye de la justicia tras haber defendido de malas maneras a una prostituta acusada de provocar un incendio. A partir de ahí, afligido por haber abrazado el pecado, emprende un camino de búsqueda de la redención intentando hacer el bien ante los dilemas que se le plantean. Buñuel, maestro del surrealismo y la crítica social, nos hace ver que por más que se intente alcanzar la santidad por medio de la caridad o las buenas obras, jamás se logra el objetivo. Nazario aplica el bien pero las situaciones se tornan incoherentes, paradójicas; sus actos no obtienen recompensa sino contrariedad ante el absurdo. Ante esto ¿qué lecciones morales extraer?

Tú eres el bien, yo soy el mal; y los dos no servimos para nada

En The Weight (1968) del grupo canadiense The Band, el protagonista llega a Nazareth (Pennsylvania) por mediación de una amiga, que le pide que pregunte a los habitantes en qué puede ayudar.

Me arrastré a Nazareth, medio muerto, necesitaba un lugar donde dormir.
-Oiga, señor, ¿me puede usted decir dónde puedo encontrar una cama?
Él tan sólo sonrió y me estrechó la mano.
-¡No! -fué todo lo que dijo

Libérate de tu carga, Fanny. Libérate
Libérate de tu carga, Fanny, y ponla sobre mí.

Cogí mi bolsa y fui a buscar un lugar donde esconderme.
Entonces vi a Carmen y al diablo caminando a su lado.
-Oye, Carmen, ven. Vámonos al centro del pueblo.
-Yo iría, pero mi amigo vendrá con nosotros.

-Baje, señorita Moses, no hay nada que puedas decir.
Tan sólo es el viejo Luke, que está esperando el día del juicio final.
-Bien, Lucas, amigo ¿Qué pasa con la joven Anne-Lee?
-Hazme un favor, hijo ¿Te quedarás aquí y cuidarás de Anne-Lee?

El loco Chester me siguió y me alcanzó en la niebla.
-Yo llevaré tu equipaje si te ocupas de mi perro.
-Espera un momento, Chester, que yo soy un tipo pacífico.
-Esta bien, tío. ¿No le darás de comer cuando puedas?

Tomo el camino que me llevará hasta la línea.
Mi bolsa pesa mucho y, realmente, creo que es la hora
de volver con Fanny. Sabes que es la que me envió aquí
para daros recuerdos a todos de su parte.

Nazareth, pequeño pueblo de Pennsylvania donde transcurre The Weight

Pero, al igual que Nazario, sólo encuentra respuestas sin sentido, nada que pueda servir para liberar la carga del oscuro pasado. La búsqueda de la santidad es como darse de cabezazos contra un muro: no existe la moral absoluta, cada uno construye su propia escala de valores en función del resultado de los actos y no al revés. Intentar alcanzar ese imposible desde posiciones preestablecidas es ir contra nuestra propia naturaleza humana. No somos santos ni nunca lo seremos.

The Band toca por última vez The Weight. Observen el alivio que rezuman al saber que se deshacen de esa carga

Quien sí supo entender esta condición de la moralidad del hombre y, por tanto, progresar sin traicionarse a sí mismo, fue Bob Dylan. El genio de Minnesota se labró una imagen de calado mundial como intérprete de folk y canción protesta. Cuando en 1965 cayó en las garras del rock eléctrico, muchos entendieron que estaba cometiendo un gravísimo pecado y así se lo hicieron saber durante la gira de promoción de su álbum herético Bringing It All Back Home. El 17 de mayo de 1966, en el Free Trade Hall de Manchester, un espectador recriminó a Dylan con un sucinto y duro "judas". La respuesta del cantante fue contundente: "No te creo. Eres un mentiroso". Dylan dejaba constancia de que asumía el cambio y que abrazar el rock no era traicionarse sino cambiar sus valores y adoptar otras virtudes. Y que, en el fondo, era su propia parroquia la que se engañaba al sentirse vendida, porque él no era ningún santo ni pretendía serlo. Era un artista, un hombre con algo nuevo que mostrar. Y no hay nada nuevo que mostrar si permanecemos inmóviles.

El Incidente Judas, una simple anécdota con nombre de escándalo político

The Band comenzaron su carrera como The Hawks en 1958 como grupo de apoyo al cantante canadiense Ronnie Hawkins. Juntos empezaron a ganarse cierto predicamento en la escena rockabilly de Arkansas, pero al cabo de un año, Hawkins decide regresar a su país natal y The Hawks le acompañan. Ya en Toronto, vuelven a funcionar muy bien y graban dos sencillos de cierto éxito: Mary Lou y Forty Days (1959) Pero poco a poco, los miembros originales de The Hawks se van sustituyendo por músicos locales. Queda sólo el batería Levon Helm, que lidera una nueva formación de talentos con un alto nivel de profesionalidad: Robbie Robertson (guitarra), Rick Danko (bajo), Richard Manuel (piano) y Garth Hudson (teclados y vientos). La exigencia de Ronnie Hawkins es máxima, los ensayos son duros y el margen escaso. Ni siquiera se permiten el uso de drogas, tan extendidas durante los años sesenta, para no entorpecer los compromisos profesionales de la banda. Pero tanta mano de hierro, al final, fue contraproducente para Hawkins, pues el grupo alcanzó un nivel muy superior al del mismo líder. En 1964, The Hawks ya estaban dispuestos a dejar el nido, con ganas de crear material propio y un poco cansados de las continuas diferencias personales con el cantante. Se estrenan con Leave Me Alone y en 1965 sacan el sencillo The Stone That I Throw con el que consiguen atraer las miradas de las grandes compañías discográficas. A pesar de las ofertas, que Helm y Robertson desdeñan por abusivas, prefieren continuar evolucionando como banda y la espera tiene su recompensa.

The Band posando ante la cámara, a punto de asaltar la diligencia de las nueve

A finales de 1965 Dylan busca un grupo rock serio y competente para su gira eléctrica y alguien le habla de The Hawks. Acude a un concierto de los canadienses y queda totalmente convencido de la valía profesional de Levon Helm y Robbie Robertson, y los ficha de inmediato. Al cabo de dos conciertos Dylan acepta la petición de Helm de reunir a toda la banda y juntos emprenden la gira por Estados Unidos. El reto es descomunal para The Hawks dadas las diferencias de estilos: han de conjugar su habitual rock y rhythm and blues con el experimental y controvertido folk rock de Dylan. Pero el resultado es solvente, dinámico y fabuloso. Antes de continuar la gira por Europa, el de Minnesota lleva la banda a estudio y graba Crawl Out Your Windows?, la primera de las muchas y fructíferas colaboraciones entre ambos.

Los canadienses se convirtieron en el grupo acompañante de Dylan a mediados de los 60

Durante las giras, los profesionales The Hawks se dieron de bruces con la realidad de las estrellas musicales: drogas, alcohol, gruppies y estrés a mansalva. Algo con lo que no contaban y que supuso un escalón de dificultad más en su carrera. Levon Helm decidió alejarse un tiempo de esa catarata de vicios y se recluyó a trabajar en una plataforma petrolífera en el Golfo de México. Como el eremita Simón del desierto (película de Luis Buñuel, 1965) quiso alejarse del mal para que no manchara su impoluta moral. Otra forma de cimentar tus valores tan estéril como la de hacer el bien.

The Big Pink, la gran casa rosa, donde The Band dio a luz su primer álbum

La gira mundial acaba intempestivamente en julio del 66 tras un accidente de moto de Bob Dylan. Cantante y grupo alquilan sendas casas en Woodstock (Nueva York) y gracias a unos caseros estudios de grabación comienzan a componer por separado. Helm regresa de su fallida redención en el Golfo con fuerzas para retomar el hilo perdido y deciden que ha llegado su hora definitiva. Lentos pero con paso firme van dando forma a temas míticos como This Wheel's On Fire, Tears Of Rage, I Shall Be Released y The Weight, reunidos en un excelente álbum titulado Music From Big Pink en recuerdo de la estancia en la granja de Woodstock. El lp salió a la venta en julio de 1968 firmado por The Band, la banda, que era como el público de Dylan los conocía.

I Shall Be Released fue otro de los grandes éxitos de Helm y Robertson

A pesar de no cosechar grandes ventas, Music From Big Pink es considerado hoy como uno de los grandes álbumes de la historia del rock. El cócktel de estilos es tan sugerente como magistrales son la interpretación y las letras en su conjunto. En especial, esa parábola moral que es The Weight, obra de Robertson y que ha sido utilizada en multitud de películas (Easy Rider, 1969) series y programas de televisión (Los Soprano y My Name Is Earl)

Easy Rider, una película contracultural con numerosos himnos, entre ellos, The Weight

Tomando ejemplo de Dylan en el Incidente Judas, The Band cambia de registro y en su segundo álbum de estudio (The Band, 1969) comienza sin complejo alguno su singladura en el country rock del que será uno de los máximos exponentes junto a The Byrds, The Flying Burrito Brothers o Creedence Clearwater Revival. En este nuevo trabajo destacan perlas como The Night They Drove Old Dixie Down y King Harvest (Has Surely Come), obras impecables tanto desde el punto de vista musical como lírico, donde se narran episodios históricos de la sociedad rural norteamericana.

King Harvest narra la creación de los sindicatos agrarios durante la Gran Depresión

Y siete años y cuatro discos después, en el momento más álgido, los componentes de The Band vuelven a evaluar su carrera con una terrible conclusión: Su mochila pesa mucho y no hay en ella espacio para más cambios. Antes de comenzar un penoso y largo camino hacia la autodestrucción, lo mejor es poner punto final al grupo de la manera más digna, con un concierto de despedida en el que irían liberándose de las cargas del pasado, y compartiendo escenario con aquellos que también llenaron el zurrón de excelencia y santidad. El día de Acción de Gracias de 1976, en el Winterland Ballroom de San Francisco, The Band actúa junto a Ronnie Hawkins, Bob Dylan, Neil Young, Johnny Mitchell, Muddy Waters, Eric Clapton, Paul Butterfield, Neil Diamond y muchos otros que colaboraron en algún momento en el éxito de los canadienses. La función quedó inmortalizada en la cinta The Last Waltz, de Martin Scorsese (1978), cuya banda sonora se considera hoy uno de los mejores directos de la historia. El fin de The Band fue un alivio para sus miembros, que anteponían su equilibrio emocional a la divinización de que eran objeto por la crítica. Vacías las mochilas ya podían empezar de nuevo, cada uno por su lado, a hacer el bien (o el mal) por esos caminos de dios.

Lista Spotify con varias versiones de The Weight:


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